Si les dijera que ya casi nadie escribe, probablemente dirían que estoy en algun estado de locura. Como que nadie escribe? Acaso no estoy leyendo algo escrito por otro humano?

Antes que me acusen de hacer un juego de palabras, mejor desarrollo mi punto.

Comencé a escolarizarme muy temprano: tenía tres años, y desde entonces conservo memorias de hechos. No recuerdo exactamente cuándo, ese mismo año, mi madre me puso a hacer ejercicios de escritura con un lápiz negro. Me encantaba, tal vez más que dibujar. Lo cierto es que, cuando iba al jardín de infantes, en mi sala de 5 años ya sabía escribir. Más que nada copiaba lo que me pedían, pero aquello me atraía como un imán. Esa curiosidad me llevó a querer leer el diario, cuyas letras eran muy distintas a la cursiva de mi madre. Aprender a leer cerró el circuito: podía leer lo que estaba impreso y luego escribirlo a lápiz donde quisiera.

Inicie la escuela primaria en 1983; aún no había democracia. Mi libro de primer grado era Mi amigo Gregorio. Busqué la versión que usaba yo, pero parece que hubo varias ediciones. Para septiembre, ya leía de corrido cualquier nota que apareciera en el diario. Ir a buscarlo los domingos era todo un rito, porque llegaba al mediodía desde Córdoba o Buenos Aires. Eso hacía que leyera hasta los clasificados y las noticias necrológicas. He visto a mucha gente emocionarse al recordar su libro de primer grado, pero a mí no me genera nada. Lo que sí me emociona es el recuerdo de ir a esperar el diario.

Durante la escuela primaria tuve dos tipos de maestras: las que me daban muchas actividades para mantenerme ocupado y las que optaban por recomendar que fuera a ver a una psicóloga. Tuve más maestras del primer grupo, así que tuve muchas actividades y mucho por escribir. En mi casa nunca faltaban, primero, los lápices Faber-Castell, y luego las biromes. Una de las cosas que más me molestaba de escribir era no encontrar las palabras correctas para expresar mis pensamientos. Me obsesioné con eso, debo confesar, y durante esos siete años leí varios diccionarios y enciclopedias completas.

Durante la escuela secundaria, mi mano izquierda se volvió muy hábil con la escritura. Tomaba nota de casi todo lo que escuchaba en clases. No solo era rapidez, sino que mantenía la legibilidad, y mis apuntes eran de los más demandados. Escribí mucho sobre economía, matemáticas, física y geografía. Pero también tuve cuatro años de Lengua y Literatura, así que pude escribir sobre cuentos, relatos, libros y películas que íbamos leyendo y viendo. Descubrí entonces que, para el resto del mundo, nuestra realidad —siempre border, a veces esquizofrénica— era «mágica».

Cuando me mude a Córdoba, en el año 1995, fue el comienzo del fin de mi escritura. Escribí bastante durante mis primeros años pero ya no era la fuente de apuntes. Es mas, yo pedía apuntes a otras fuentes, generalmente a C.G o a P.P. El punto final, lo pienso ahora, fue mi primer trabajo informático.

Desde allí en adelante, no escribí mas, solo me dedique a tipear, como ahora, «escribiendo» esta nota. «Vaya tragedia», dirá alguno en tono de ironía. Pero puede que para muchos ese cambio no haya sido tan claro y significativo, pero en mi caso si lo ha sido.

Escribir y patear la pelota eran las dos únicas actividades que hacía con el lado izquierdo de mi cuerpo. Dejé el fútbol cuando terminé la escuela secundaria y, si bien aún puedo escribir con mi mano izquierda, recién en diciembre pasado volví a tener una lapicera en la mano después de más de 20 años.

Mi yo, que se obsesionaba para expresar lo que pensaba y sentía, fue absorbido por el contexto. Cuando comencé a trabajar en informática, fui forzado a usar el mouse con la mano derecha. Todo esto me salio a flote en la única pausa que he tenido en muchos años, pausa forzada por cierto, porque me quebré la mano derecha y volví a encontrarme con mi mano izquierda. No, aún no logré aprender a usar el mouse con la izquierda.