En los últimos años noto una tendencia preocupante en el ecosistema inversor: se esperan obtener los retornos explosivos de una startup, pero con las garantías y la estabilidad de un negocio tradicional. Esa expectativa, a mi entender, es antinatural.
Entendiendo el binomio riesgo-retorno
En finanzas, el principio básico es que mayor retorno implica mayor riesgo. Capital de riesgo, private equity, real estate, bonos soberanos o plazos fijos: cada vehículo ofrece un balance distinto. Pretender retornos de doble dígito anualizados sin aceptar volatilidad o posibilidad de pérdida es desconocer cómo funciona el mercado y la propia teoría de carteras de Markowitz.
El espejismo de la «startup sin riesgo»
El auge de las startups generó historias de exits millonarios que alimentan la fantasía de «ganar como en Silicon Valley, pero con las garantías de una pyme consolidada». Sin embargo:
- Startups = incertidumbre estructural: Su tasa de mortalidad supera el 70% en los primeros cinco años.
- Liquidez limitada: No hay un mercado secundario inmediato para salir.
- Dilución y ciclos largos: Incluso los «unicornios» atraviesan múltiples rondas y down rounds.
Un ejemplo familiar: vacas, cordillera y coraje
Mi abuelo materno, Tristán Segundo, figuraba ya en el Segundo Censo Nacional de 1895, nacido en la zona rural de Jáchal, San Juan, en plena frontera andina. A comienzos del siglo XX, siendo un joven adulto, encontró una oportunidad singular: en Chile el precio del ganado vacuno era, en promedio, 120% más alto que en Argentina.
Con apenas unas mulas, un puñado de peones y una determinación férrea, comenzó a arrear vacas por pasos cordilleranos sin vigilancia oficial, en jornadas que duraban días entre nieve, viento y precipicios. El negocio era tan rentable como peligroso: tormentas repentinas, derrumbes, bandidos y la posibilidad de perder todo el ganado en una sola travesía.
El contexto del comercio ganadero
En esa época, el comercio ganadero entre Argentina y Chile era un fenómeno clave de las economías regionales. El norte argentino producía carne y cueros en abundancia, mientras que la demanda chilena —impulsada por la minería del salitre y la creciente urbanización de ciudades como Valparaíso y Santiago— pagaba precios muy superiores.
- Arreo transcordillerano: Los arrieros recorrían antiguos caminos indígenas y postas coloniales; los pasos no tenían control aduanero estricto y la noción de «frontera» era difusa.
- Diferencial de precios: El ganado argentino, más barato por la sobreoferta de las pampas, podía duplicar su valor al cruzar los Andes.
- Riesgo permanente: Nevadas, asaltos, epidemias de aftosa o la simple pérdida de animales hacían que cada viaje fuera una apuesta.
Ese margen extraordinario —el doble y algo más del valor inicial— era la prima por el riesgo. Mi abuelo lo asumía con plena conciencia: sin la travesía, no había ganancia; sin la posibilidad de perderlo todo, no existía el premio.
Por qué se desdibuja el riesgo?
Hoy, muchas fuerzas impulsan hacia una percepción distorsionada:
- Bajos tipos de interés prolongados: Acostumbraron a los inversores a buscar rendimiento extra sin sentir el costo.
- Marketing de rondas: La narrativa de «crecimiento exponencial» se vende mejor que la de «probabilidad de quiebra».
- Redes sociales y FOMO: La visibilidad de éxitos aislados hace olvidar el silencioso cementerio de proyectos.
El rol del inversor responsable
Un inversor maduro debería:
- Ajustar su horizonte temporal: El capital de riesgo es, por definición, a largo plazo.
- Diversificar para balancear la cartera.
- Exigir transparencia, no garantías imposibles.
Finalmente, buscar el upside de una startup con la seguridad de un negocio tradicional es como pretender cruzar la Cordillera con el margen de ganancia de Tristán Segundo, pero en una autopista asfaltada y sin tormentas: una contradicción. Invertir implica abrazar el riesgo, gestionarlo y, sobre todo, entender que el retorno extraordinario es la recompensa por tolerar la incertidumbre.
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