La Rebelión de Pascua de 1916 marcó un punto de inflexión en la lucha de Irlanda por su independencia del dominio británico, desencadenando un proceso que llevó a la partición de la isla en 1921 y sentando las bases para décadas de conflicto en Irlanda del Norte. Desde entonces, la búsqueda de la unificación ha sido una constante en la política irlandesa, con avances significativos como el Acuerdo de Viernes Santo de 1998, pero aún sin alcanzar la meta de una Irlanda unida.