Cada vez que las alergias me tiran a la cama, que la falta de sueño me viene ganando o que algún acontecimiento me tira abajo el animo, me acuerdo de mi madre e inmediatamente me pongo de pie.
Por qué me pongo de pie?
Porque mi madre allá por sus 29 años visitaba Córdoba por problemas de salud en su garganta. Y quiso el destino que en uno de esos viajes conoció a su compañero de vida.
En el 77 nací yo y en el 79 mi hermano. En el 78 y 80 perdió dos embarazos avanzados, otros dos niños. En el 82 se ausento por primera vez de casa, para operarse de un tumor en la garganta. Me acuerdo bien a pesar de ser bien chico.
Por esos días no solo su salud era un problema, sino que con mi viejo abandonaron una vida en Buenos Aires, para comenzar de nuevo en un pueblo, subsistiendo del pan que hacia ella y vendía mi viejo.
Su salud nunca mejoró, solo en ocasiones el cáncer le dio cierto tiempo de tregua. Se bancó seis operaciones, muchas sesiones de rayos y muchos problemas derivados.
A pesar de todo, siempre mantuvo una sonrisa y una mano abierta al prójimo. Ella era nuestra guía, la mezcla que nos mantenía unidos.
Después de 16 años de lucha, mi vieja falleció por complicaciones derivadas de las sesiones de rayos. Hasta con su ultimo suspiro se mantuvo luchando contra un derrame.
Se que mi madre no es la única, que nuestra patria esta llena de historias llenas de pequeñas y grandes penas. Pero mas allá de todo, lo que me enseño mi madre con su vida es a tener tesón, a no darme por vencido mientras tenga vida, a empezar de nuevo aunque sea de cero, a ser honesto aunque nadie mas lo sea, a sentirme orgulloso de tender la mano por mis hermanos y a creer que no hay sueños imposibles.
Brindo por todas las mujeres que todos los días se levantan y la luchan.